¡¡CUÁNTO ME QUIEREN!! ….¡¡QUÉ VIEJO ME VEN!!

Por regla general no suelo publicar nada relacionado con temas estrictamente personales. 
No obstante, cuando hablo, opino, o filosofo (o filosofamos, cuando se mete por medio el bueno de Fidelio) lo cierto es que me estoy refiriendo a hechos o situaciones de otras personas, por lo que también creo puedo hacerlo sobre mí mismo y mis circunstancias.
 
Así que sigo adelante y espero ser lo suficientemente objetivo para que cualquiera pueda sentirse en situación semejante a la que planteo, y –a la vez- suficientemente subjetivo y emocional para que realmente pueda transmitiros el conjunto de sensaciones sobre las que quiero construir este artículo.

Se trata de mi cumpleaños, el pasado sábado, día 10. El cumpleaños en el que alcanzo los 69 años de existencia….¿y cuántos de experiencia y aprendizaje?

Hay gente que llega a estas edades y piensa, o siente, que su vida se está acabando; que llega al final de su razón de ser. Otros pueden que vivan la experiencia de la soledad; de no tener a su lado ….no digo a nadie, a ninguna persona, sino a esa persona, o esas personas concretas que desearía formasen parte de su vida diaria. Persona, o personas con quien compartir sus pensamientos, sus sentimientos, sus actividades, sus placeres, y hasta sus preocupaciones. Y, finalmente, creo que también podríamos admitir que existe otro grupo de personas que pueden llegar a sentirse….nada, o muy poco, por ser excesivamente cuidados, criticados, o mangoneados, por familiares con edades más jóvenes y, por ello, con distintas visiones de la vida que, mejores o peores, lo normal es que sean, cuando menos, diferentes de las de la persona mayor.
Y, por supuesto, hasta hay personas que encuentran el final de todas sus angustias y responsabilidades en la entrega a quienes les ofrecen cobijo.

He puesto todo este párrafo anterior, porque creo que una persona realmente está “vieja”, o empieza a morir, cuando deja de aprender, cuando deja de sentir el interés por las cosas; cuando pase lo que pase por su alrededor lo percibe así precisamente: “algo externo a él que pasa por allí”. Mientras que si uno vive cada situación profundamente, metiéndose dentro de ella y aceptando que ella se meta dentro de uno mismo, y es consciente de los sentimientos que le provoca, de cuáles están siendo sus pensamientos en ese momento; y, por encima de todo, cómo quiere “seguir viviendo su vida”, y saca, pues, de dicha situación y experiencia, elementos positivos para alcanzar esos deseos, ese hombre sigue vivo, sigue joven.

Pues bien, la experiencia, la situación que yo he vivido en mi cumpleaños ha sido la siguiente:
Vivo solo, en Alicante, y tengo dos hijas que viven en Madrid y un hijo que vive en Palma de Mallorca. Nos queremos mucho, mantenemos un contacto telefónico fluido, pero mis encuentros físicos con ellos son realmente escasos a lo largo del Año. Cuando normalmente siempre nos vemos es en Navidades, en casa de mi hija mayor.

Este año, por diversas circunstancias, la familia de mi hijo no se ha desplazado de Palma a Madrid, y yo simplemente estuve allí 4 días. …. Quedando con mis hijas que volvería para mi cumple, este pasado fin de semana. Se daba además la carambola de que mi nuera y nieta más pequeña (de Palma), tenían programada una visita de estos dos días en casa de mi hija mayor.

Pero desde hace unos meses he venido teniendo una serie continuada de pequeñas alteraciones medico-físicas de diversa índole y magnitud que se han acentuado incluso más en los primeros días de Enero, llevándome incluso a una situación anímica que no voy a valorar de “bajo mínimos” porque realmente no fue así, pero sí muy por debajo de lo normal en mí. Por ello, el pasado jueves les comuniqué a mis hijos que no me iba a desplazar para celebrar mi cumple como habíamos previsto.
¡¡Y mis hijos, los tres a una, como Fuenteovejuna, tomaron la decisión de cambiar todos sus planes personales y profesionales, y decidieron venirse aquí y darme una fiesta sorpresa con globos y todo!!

Por eso que el puñetero de Fidelio, cuando se enteró, me dijera: “ ¡¡¡Cuánto te quieren, …y qué viejo deben verte!!!

La verdad es que nunca he tenido la más mínima duda de que mis hijos me quieren, ni tenía la más mínima duda de que en cualquier situación de necesidad dejarían todo y vendrían a ayudarme. Pero en este caso concreto (y con independencia de la gripe con la que me encontraron) lo único que ellos veían, sentían, percibían mal en mí era mi estado de ánimo. Este no era su papito; ¡¡¿qué demonios me pasaba?!!!
Y puedo decir, bien alto, fuerte y desde lo más profundo de mi ser, que este objetivo lo han logrado, y que los dos días que hemos pasado juntos han sido los más felices para mí desde hace tiempo. 

Siempre me decís que no os dé las gracias por las cosas que hacéis por mí, pero sí quiero hacerlo, porque os lo merecéis, y porque todas las personas tienen el derecho –cuando yo hablo de este amor vuestro hacia mí- de poder contactar con sus propios sentimientos y sentir la fuerza de bienestar que lleva a nuestros corazones el saber que somos capaces de amar, que somos capaces de sentir el amor de los demás, y que somos capaces de darnos cuenta que así, dando y compartiendo amor, uno se siente mucho mejor.

Pero además de los cuidados médicos que me proporcionaron, y de las alegrías de sus bromas, de sus repetidas risotadas a pleno pulmón, en casa y en la calle, solos o delante de otras personas, existió la famosa “tercera pata” (toda inestabilidad se resuelve con tres puntos de apoyo), cual era “Bueno, ¿y qué vas a hacer con tu vida de ahora en adelante?”

Mi hija pequeña me dijo un día, ya hace unos añitos, que lo que más admiraba de mí, y que a la vez era lo que más odiaba, era que “siempre había sido decidido para hacer lo que me diera la gana, lo que quisiese hacer, sin dejarme dominar por las opiniones, deseos, o necesidades de los demás”

 Con independencia de lo lógico, cierto, y aplicable a la realidad de nuestras vidas (de mi hija y la mía), o no, y con independencia de los aspectos de “bueno” o “malo”, “acertado” o “erróneo”,  que pudiera aplicarse a cada una de mis decisiones a lo largo de mi vida, lo que mis hijos me planteaban ahora era pura y simplemente: “papá, aquí sólo, en Alicante, no puedes quedarte; tienes que tomar la decisión de venirte a vivir a Madrid o a Palma”

¿Es lógico que unos hijos hagan esta propuesta a su padre en las circunstancias que he recogido en los párrafos anteriores?. Sí, es totalmente lógico que salga de ellos esa propuesta. Pero ¿qué implica realmente para el padre “mayor”? ¿Significa que ese señor  “ya no puede” seguir haciendo la vida que él hacía y quería hacer?; ¿qué no puede hacerla “solo”, o que ya no puede hacerla en ninguna parte?. El simple hecho de “evitar estar tan solo” ¿es garantía mínima de mayor bienestar?.

Hace tiempo aprendí, muy frecuentemente lo aplico en mi día a día, y lo enseño en mis cursos universitarios, una herramienta, o técnica, muy efectiva para la toma de decisiones, y es responderse a los siguientes cuatro factores a valorar:
  1.  “Qué quiero lograr?”
  2.  “Qué NO quiero tener?”
  3.  “Qué estoy dispuesto a ceder?”
  4. “Cuál es el precio a pagar?”

Y esta noche, ya en la meditación solitaria de mi realidad actual, he sido consciente de que este era realmente el mayor regalo, la mayor aportación a mi felicidad que me habían hecho mis hijos: promover que me diera cuenta, que fuese consciente que su propuesta no tenía contestación inmediata; que lo primero de todo era que he de coger papel y lápiz y empezar a contestarme a esas cuatro preguntas.

No son sus comentarios y valoraciones las que deben decidirme. Tonto sería si no las tuviera en cuenta. Pero lo importante, lo imprescindible, es que yo redefina de nuevo la vida que quiero llevar; porque en definitiva no se trata  “de hacer lo que quiera” sin contar con los demás; de lo que se trata es de “no hacer lo contrario de lo que quiera” porque si así lo hiciera a quien haría responsable de las consecuencias.

El primer paso para la felicidad, para el sentirse bien, no es tanto correr hacia lo que creemos que nos lo va a proporcionar, sino saber definir, y quitar lejos de nosotros, aquello que sabemos que no nos hace felices. 

Pero, a sensu contrario, e igualmente importante, es que la valoración de un “precio alto a pagar” puede ser compensada sobradamente por una mayor valoración del bienestar a lograr.

Gracias pues, mis queridos hijos, por tanto cuánto me queréis y por la alegría que me habéis traído estos dos días.!!;  ¡¡sois magníficos!!.
Pero ahora permitidme la posibilidad de valoración personal y de elección. Cada año que pasa quizás sea más fácil que yerre en mis elecciones; pero aceptar esta posibilidad de equivocarse es también un buen soporte para evitar situaciones de estrés y angustia.

Y, además, abusón de mí, si haga lo que haga me vais a seguir queriendo igual; ….¿o ya no será así?

Fotos del día






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